El género postapocalíptico en la novela es un viaje de exploración a las calamidades y las obsesiones del ser humano. Un viaje que nos pone a prueba y nos define.
Personalmente siempre me he sentido atraído por este género, ya sea por mi extraña curiosidad hacia un inminente apocalipsis, o mis sentimientos enfrentados acerca de mi desprecio y mi fascinación hacia el ser humano.
Tras la lectura de muchas de las novelas que tratan este tema he llegado a la conclusión de que, en la gran mayoría de ellas, el autor usa el argumento para mostrarnos qué ocurriría si alguno de nuestros defectos o ruindades adquiriera vastas dimensiones; la avaricia, el poder, el egoísmo o el desprecio hacia la cultura, son algunos de los temas ensanchados en las novelas postapocalípticas. Muchas de estas historias le gritan a la sociedad de nuestro tiempo: «¡Alto ahí, no sigamos por ese camino!, porque podría pasar esto…», y nos cuentan, a veces casi a modo de parábola, lo que ocurriría.
Las novelas postapocalípticas ponen a prueba a sus personajes, los someten a multitud de obstáculos y los colocan en la tesitura de tener que llevar a cabo elecciones que en otro contexto serían grotescas. En esa misma situación dejan al lector: lo desafían y le plantean dilemas morales y existenciales.
He recogido cinco novelas postapocalípticas y en cada una de ellas os daré una pincelada de lo que os podéis encontrar. También analizaré dos de sus grandes elementos: Qué evento nos llevará a punto del exterminio y que ruindad humana se nos presenta agigantada y exagerada. Allá van:
Farenheit 451, de Ray Bradbury (1953): Plantea una sociedad donde los libros están prohibidos y los bomberos se dedican a quemarlos en lugar de a apagar incendios. El protagonista, Montag, es uno de esos bomberos y empezará a dudar de su trabajo cuando conozca a una joven vecina que sabe demasiado y es propensa a las preguntas incómodas. Aquí el apocalipsis no está muy claro y puede que no sea una novela al uso por ese motivo, aunque la sombra de una guerra se palpa en el ambiente y la escena narrativa no está exenta de bombardeos. La sociedad de Bradbury es una sociedad que prohíbe la cultura y el arte; donde sus habitantes tienen un especial odio a los libros y viven observando grandes pantallas con las que pueden interaccionar (¿os suena?)
Ensayo sobre la ceguera, José Saramago (1995): El apocalipsis se presentará aquí como una epidemia cuyos síntomas son una ceguera blanca; que dejará al mundo casi sin ojos y que comenzará en el momento en que empecemos a leerla. Es la historia de los primeros pacientes de esta rara enfermedad y de cómo la sociedad intentará sin mucho éxito ni escrúpulos contener la epidemia. La sociedad que surge es, en su mayoría, una sociedad egoísta, decadente y capaz de hacer cualquier cosa por sobrevivir. También es una sociedad que abandona prejuicios asociados a la vista (¿Qué más da la ropa que llevemos o el origen étnico del que provengamos cuando nadie puede verte?). Saramago no duda en plantear si la ceguera vino con la epidemia o ya estábamos ciegos antes, y ésa es la calamidad que deja sobre la mesa. Es misión del lector la de preguntarse sobre el uso de su vista.
Metro 2033, Dimitry Glukhovsky (2005): Cuenta la historia de los moscovitas que sobrevivieron al invierno nuclear refugiados en las estaciones del metro de la capital rusa. La narración comienza veinte años después de la guerra nuclear y nos presenta un entramado en el subsuelo donde se han creado facciones enfrentadas entre sí. Nuestra calamidad es la de mantener vivas, aún en las peores circunstancias, viejas rencillas que hagan que nos odiemos unos a otros. Es inevitable resoplar cuando lees que el metro empieza a dividirse entre fascistas y comunistas, y que cada uno se dedica a «conquistar» estaciones como si fueran capitales de la antigua Europa.
El dador de recuerdos, Lois Lowry (1993): Una sociedad postmodernista y perfectamente ordenada donde cada miembro de la Comunidad tiene un papel asignado desde los doce años. No existe el robo, la delincuencia o incluso los tacos; claro que tampoco el arte o la belleza. El dador es el único que conserva los recuerdos de un mundo pasado y antes de que muera deberá de transmitírselos al nuevo dador. Jonás, de doce años, es elegido, y está a punto de conocer el pasado que les precede. En esta novela no se desvela el evento que lleva a la sociedad a convertirse en lo que es. Nos enseña a valorar el arte y más concretamente los colores: no sólo los colores propiamente dichos, sino también los colores y tonalidades en los que nos expresamos como seres humanos.
Estación once, Emily St. John Mandel (2014): Una epidemia vírica acaba con la civilización tal y como la conocemos. Varios años después, un grupo de actores y músicos componen la que llamarían la Sinfonía Viajera, y se trasladan de aldea en aldea llevando consigo arte y humanidad. Un oscuro profeta intentará acabar con ellos y no cejará en su empeño hasta hacerlos desaparecer. La ruindad humana a la que nos hace escalar la autora es al enfrentamiento entre las doctrinas sectarias y los complejos (expresados en el profeta) frente al arte y la liberación (representados por la Sinfonía Viajera). Esta novela es maravillosa, nos hace amar cada pequeño detalle del mundo en el que vivimos; nos hace sentir nostalgia de algo que aún poseemos; nos hace ser mejores. ¡Ama lo que eres!, grita esta novela.
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